En Norteamérica países tales como Estados Unidos o Canadá experimentan una epidemia de uso indebido de opioides bajo prescripción médica. Los datos estadísticos son alarmantes y los expertos se preguntan si algo similar puede ocurrir en Latinoamérica.
Desde hace unas décadas se asiste en países de América del Norte, tales como Estados Unidos o Canadá, a algo que los expertos no han dudado en llamar “crisis o epidemia de opioides”. Consiste en un notorio incremento en el uso y abuso de este grupo de analgésicos psicoactivos por parte de la población. Existe consenso en que los citados fármacos recetados son esenciales a la hora de tratar dolores intensos agudos o crónicos que no responden de manera escalonada a otros tratamientos. Fundamentalmente se han empleado con adecuada relación riesgo beneficio en cáncer. Pero el uso indebido, y frecuentemente no médico, de estos compuestos no ha hecho otra cosa que encender señales de alarma en diversos países.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha encargado de definir a esta situación como un dilema de salud pública. Además de recomendar mejoras en los sistemas de prescripción y distribución de opioides con la finalidad de evitar el sobreempleo. En Latinoamérica en tanto se ha reportado una subutilización crónica de estos medicamentos. Las estadísticas sanitarias evidentemente son otras y reflejan dificultades en el acceso. Pero según los expertos la pronosticada expansión geográfica de la epidemia amenaza con dejar la región inmersa en este problema. Reforzando una no deseada paradoja: por un lado fármacos que son empleados por quienes no lo requieren y por el otro pacientes con dolor intenso e inadecuado control del síntoma.
Estados Unidos lamentablemente constituye el epicentro de esta epidemia. Según el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de ese país, alrededor de 130 personas mueren por día debido a sobredosis de opioides. Datos de 2017 dan cuenta de casi 50000 fallecimientos anuales por ese motivo. Las cifras guardan relación con el marcado incremento registrado en el consumo de dichos compuestos. En 2013 el consumo de morfina fue 32 veces mayor al registrado en 1964. Pasó de 2.3 miligramos (mg.) a 79.9 mg. por persona. Entre 1999 y 2011 las prescripciones de oxicodona se incrementaron en un 500 por ciento. En Canadá las cosas parecen haber tomado similar curso: los habitantes de ese país constituyen los segundos consumidores de opioides bajo prescripción a nivel mundial. Más del 40 por ciento de los eventos de sobredosis de drogas fueron durante 2015 vinculados solo a fentanilo en territorio canadiense.
Esta explosión en el consumo de opioides tiene su origen en la década de 1990 en ambos países. Para los epidemiólogos no resulta sencillo dar cuenta del citado fenómeno, dado que suele tener un origen multifactorial. Pero no dudan en mencionar al incremento en el número de prescripciones médicas como uno de los principales desencadenantes. Otro factor a destacar es el marcado aumento en la producción ilícita de opioides con fines no médicos en diversas partes del mundo. Generalmente las muertes desencadenadas actualmente por sobredosis de opioides provienen en su mayoría del consumo ilícito con fines narcóticos, pero en algunos de esos adictos el primer contacto con opioides vino por medio de una receta para tratar algún tipo de dolor.
Más del 90 por ciento de la morfina que se produce de manera lícita es usada por el 20 por ciento de la población mundial. Fundamentalmente habitantes de los citados Estados Unidos y Canadá, pero también de Alemania y Australia. Según la OMS alrededor del 66 por ciento de la población mundial no tiene un adecuado acceso a opioides, a pesar de residir en estados que dan cuenta de alta prevalencia de enfermedades capaces de generar dolor intenso en las estadísticas. Incluyen a aquellos y aquellas que residen en Latinoamérica.
Según estimaciones, México cubría solo el 36 por ciento de las necesidades de analgésicos opioides de la población en 2015. Cifra que contrasta fuertemente con el exceso de cobertura registrado en Estados Unidos y Canadá (3150 y 3050 por ciento respectivamente). En Colombia en tanto durante 2018 se dosificaron alrededor de 17 miligramos de morfina per cápita, siendo estos valores bajos en relación con la media global. Algunas iniciativas sanitarias han logrado eliminar barreras en los países de la región. Facilitaron en los últimos años mejoras en el acceso a un adecuado tratamiento del dolor con opioides. De todos modos parece existir acuerdo en que aún resta camino por transitar en ese sentido.
¿Tendrá la citada epidemia de opioides un comportamiento similar en Latinoamérica? ¿La legítima necesidad de una mayor cobertura en el tratamiento del dolor abrirá la puerta al sobreconsumo de opioides? Difícil predecirlo. Pero David Goodman Meza -investigador de la Universidad de California- en un ensayo publicado en American Journal of Public Health al menos en México lo ve posible.
Alfredo Covarrubias Gómez, en la Revista Mexicana de Anestesiología, advierte acerca de la necesidad de evitar la injerencia de la industria farmacéutica en entidades regulatorias y la buena práctica de explicitar el patrocinio de actividades educativas médicas.
Gabriel Pinilla Monsalve, investigador de la Fundación del Valle Del Lili en Colombia, acaba de publicar un artículo en la revista Neurology. Allí refleja un seguimiento de eventos adversos reportados en territorio colombiano debido a la prescripción de opioides. Desde 2017 se identificaron 1.415 eventos en 1.073 pacientes. En su mayoría personas adultas -46 años de edad promedio-residentes en las ciudades más pobladas. Los opioides más frecuentemente mencionados fueron tramadol (50.58 por ciento) y morfina (20.55 por ciento). Lamentablemente el 27,76 por ciento fueron considerados eventos graves y en el 5,85 por ciento no se produjo la recuperación. El impacto fue mayor en pacientes de edad avanzada y aquellos sujetos a los que se les recetaron opioides potentes. Aboga en la conclusiones del estudio acerca la importancia de los datos aportados por la farmacovigilancia y la necesidad de una mayor investigación en esta área sensible de la Salud Pública.
Goodman Meza entre otras cuestiones propone un mayor entrenamiento en la prescripción de opioides durante las etapas formativas de los médicos y médicas. Siempre basado en evidencias científicas sólidas. Así como un mayor monitoreo en las prescripciones. Todas estas recomendaciones intentan asegurar un uso racional de estos compuestos, evitar la comentada crisis de opioides, e impactar de manera positiva en el dolor de los enfermos.
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